Rencor
Rencor. Según la Real Academia Española de la Lengua su significado es “resentimiento arraigado y tenaz”. Contundente sin duda, como lo es la pronunciación de la misma palabra.
¿Por qué nace en nuestro interior este sentimiento tan funesto, potente y destructivo? A veces se trata simplemente de una palabra a destiempo, cuando una conversación que discurría por cauces normales aumenta su caudal con lacerantes epítetos que provocan un desbordamiento sin precedentes.
Otras, una animadversión que viene de lejos, alimentada por un odio voraz que se transmite, cual cadena de ADN, de padres a hijos y que, como si de un fuego hambriento se tratase, se propaga rápidamente de una generación a otra, sin dar el tiempo necesario a la siguiente a reposar los motivos primigenios que fueron el germen de su nacimiento.
Si se deja macerar, el rencor se aposenta cómodo, como si lo hiciese en lecho de plumas y se dedica, cual Pepito Grillo, a dar consejos al oído sin generar una pausa.
No es un sentimiento fácil de erradicar cuando se ha creado un nido en el corazón. Se enreda como una mala hierba, se enardece cual avispa furiosa a la que se pretende quemar su avispero, destruye los puentes del diálogo, se enroca a veces sin remedio.
Como humano sentimiento es muy difícil de esquivar, pues es capaz de rastrear la ira que en ocasiones nos invade a kilómetros, y ese poderoso rastro es más que suficiente para suscitar su interés.
Me he negado y me resistiré con todas fuerzas frente a su influencia, no permitiré que su espíritu me habite, por más que determinados acontecimientos de vidas pasadas y presentes vociferen su nombre, por más que se empeñe en buscar secretos escondrijos en mi alma.