viernes. 29.03.2024
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Era el segundo turno de la última tarde de este viernes en la que cualquiera podía acercarse a la fosa abierta en Almagro. Ahí estaba África. Había estado dos veces más en la parte civil del cementerio de su pueblo: el primer día que esto comenzó y otro viernes para intentar que le hiciesen las pruebas de ADN. En la de ayer escuchó cómo se abrieron los huecos, por qué esta huella del franquismo sorprendió hasta a las arqueólogas y los forenses, y ha necesitado acercarse a la joven que, firmemente, explicaba la importancia histórica de haberse llenado de tierra. Las lágrimas, en la parte del rostro que la mascarilla no tapaba, de esta almagreña de 87 años, eran como el hielo derritiéndose sobre una expresión pálida.

Se suele decir que volvemos a ser niños a medida que envejecemos y, sin duda, África ayer lo parecía porque tenía pocas preguntas, solo quería que su padre no estuviese más allí. Ella misma confirma que fue así como creció, sin preguntas, cuando dice “pensábamos que la vida era esa”. Se refiere a ella y a su hermana, con alrededor de 5 años, y a una infancia en la que “la almohadilla y los encajes” era lo que había. Dejaron de ver a su padre y no hubo más.

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Fueron creciendo y los recursos nunca abundaron. Adolescente dolente de una dictadura ya asentada, África fue “recogida” por su abuelo, ya que tenía casa propia. Así lo explicaba en un alarde de memoria y seguridad (que ya quisiéramos muchos) cuando retorna al momento en el que su hermana y ella “salieron de allí” porque ya se casaron. Ahora es la única con vida para unir a su padre y a su madre, fallecida hace 23 años y conocedora del paradero de su marido. “Aquí lo sabíamos todos los de Almagro”, a lo que su hijo José Fernando, que le acompañó en la búsqueda de un abuelo al que tampoco le dejaron conocer, añade: “eso era una cosa que estaba ahí y que no se tocaba”.

Pero África ha contado con la aparición de Mapas de la Memoria y la Universidad Complutense de Madrid. “Mis hijos se enteraron por el móvil y mi hija un día antes de empezar esto me dijo: mamá vengo a decirte una cosa”. A África le cayó un jarro de agua fría y después sacó valor. “Mira yo a la edad que tengo, no sé ir a ningún sitio ni hablar con nadie, porque ya mi cabeza no funciona como de joven, pero, si vosotros me ayudáis, lo hacemos”. Sus hijos no dudaron y fueron “adelante”.

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Bonifacio Lozano Rugeros ha sido encontrado como uno de los 28 asesinados en Almagro mediante fusilamiento, enterrados de forma agrupada sin dignidad ninguna durante la dictadura de Francisco Franco. “Cuando he visto el desastre, se me ha caído el alma a los pies”. Su hija, África, deberá esperar a final de año para darle la sepultura que ella considere y depositar sus restos junto a los de su madre y en el mismo nicho en el que también descansa un hijo suyo fallecido con 21 años. “La vida trae muchas penas”. Ahora está tranquila, dice, porque “estos señores me han dicho que no me preocupe”.

No tiene recuerdos internos de su padre por la edad que tenía cuando fue fusilado, ahora, gracias a una sociedad mejor, además de fotos tendrá también sus huesos.

África, almagreña de 87 años, a sus hijos: "Si me ayudáis, lo hacemos"