Noviembre del setenta y cinco
Hubo gente que fue a Madrid e hizo una larga fila para dar su último adiós a Franco. Los diarios de la época hablaban de aquel “último adiós” al caudillo como si alguna vez el pueblo español le hubiera dicho “hola”. “España se queda huérfana” decían los noticiarios. Ese precisamente era el problema: que España necesitara un padre y que alguien se erigiera en su salvador. Parece ser que un tal Fernando VII comenzó la canción de la orfandad española. Cuando el susodicho inútil regresó a España para salvarla, –cómo no– el eslogan del pueblo fue: “¡Vivan las cadenas!”
En cincuenta años no parece que haya desaparecido el gusto por aquellas cadenas. En 1978 se aprobó la Constitución española en la que, de soslayo, se deslizó una monarquía llamada “constitucional” cuando realmente fue una monarquía hereditaria incluida en el testamento del caudillo. Cuando se legalizó el Partido Comunista de España algunos ingenuos pensaron que se paliaría la desigualdad social. Pero ocurrió que algunos comunistas avezados, adivinando que el PSOE ganaría las elecciones, saltaron de un partido a otro para “pillar” un poquito ministerio. Cuando el PSOE ganó sus primeras elecciones las ingenuas feministas creyeron que con el socialismo vendría la igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, no fue así porque, según ellos, la sociedad aún no estaba preparada para la igualdad entre hombres y mujeres y por eso el feminismo debía esperar. Así que las mujeres siguieron haciendo fotocopias y cafés mientras ellos y sus barbas, pensaban. Un buen retrato de quiénes fueron los herederos del régimen.
El partido socialista materializó el Estado Social y España volvió a confundirlo con un padre responsable de todas las desgracias colectivas e individuales. La responsabilidad individual, requisito indispensable de la propia libertad, no es agradable para alguna parte del pueblo. En consecuencia, ese pueblo español, al que le disgusta asumir sus responsabilidades sociales, volvió a renunciar a parte de sus libertades. La democracia, es decir, la capacidad de elección política, fue vendida y comprada. El pueblo regaló su voto a cambio de que el pienso compuesto le cayera fácilmente. Permitió que los sucesivos líderes y sus cohortes se erigieran en marajás subidos en elefantes arrojando monedas de oro al pueblo que, gustosamente, se tiraba al suelo por una moneda. Así ocurrió aquel reparto. España ha mejorado y crecido, es verdad. Pero, si con el franquismo el pueblo español era ignorante de toda ignorancia, pasados los años y las leyes orgánicas de educación hechas a medida, la sociedad española adolece de otro tipo de ignorancia: el adocenamiento. La estrechez moral del franquismo ha sido sustituida por pereza mental. Y es que algunas veces, parece que el país no ha salido de aquella fila de noviembre del setenta cinco, en la que los españoles continúan esperando saludar a alguien que los salve y que ojalá no vuelva nunca.