“Barrio Chino” de Valdepeñas o el poder del cuerpo femenino

Respuesta de Tomás Caro Patón en la prensa, a la denuncia sobre "mujeres de la vida", en "El Eco de Valdepeñas" 1934. Fuente: Archivo de Valdepeñas

En esta fecha de celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, nuestro homenaje es para las mujeres que realizan “otros” trabajos; trabajadoras a las que en el Medievo se solicitaba ayuda “…en el ejercicio de su oficio, la responsabilidad social y moral de cara a participar en la lucha contra la violencia sexual y el adulterio…”.

Estas líneas son el primer avance de una labor de investigación en la que venimos trabajando las autoras de este artículo, cuyo tema gira en torno a la “Vida alegre en Valdepeñas en los siglos XIX y XX y el poder de las mujeres del Barrio Chino”.

De esta propuesta destacan dos líneas: la que desarrolla el análisis del papel de las mujeres y los diferentes tipos de regulación de la prostitución; y, en segundo lugar, el marco espacial en el que se localizaban los burdeles-lupanares-casas de citas… locales con distintas denominaciones.

Siendo esta una profesión denostada y criticada, a lo largo de la Historia, ya en el siglo XIII, Lorcin señalaba que “…las prostitutas no tienen razón alguna para esconderse, todos las conocen, existe la calle de las putas como está la plaza de los herbolarios o el barrio de los orfebres, esto quiere decir que las autoridades quisieron moralizar la vida urbana al concentrar a las pupilas en un lugar determinado…”. Con estas palabras comprobamos que la prostitución se intentaba normalizar, así como los espacios físicos donde se llevaban a cabo estas actividades, no en vano J. Rossiaud aludía a que no existía una buena ciudad sin su “buena casa”.

Los trabajos hasta ahora desarrollados nos han llevado a concluir que la ubicación de la mayoría de las casas de prostitución en Valdepeñas se situaba en una zona de la localidad en la que se había producido un auge de otras actividades, como son fábricas, bodegas, fábrica de tejas y ladrillos y otras industrias en las que la mano de obra predominante era la masculina. A esto se sumaba la circunstancia, a partir de 1863, de la proximidad del ferrocarril, donde el movimiento humano generado también pudo originar un aumento en la afluencia de clientes que requirieran de estos servicios.

Ya en el primer tercio del siglo XX se encuentra documentación de la existencia de un área conocida como “Barrio chino”, donde se ubicaban las “casas de lenocinio”, “casas de prostitución” o “casas de mujeres públicas”. No sorprende cómo esta denominación de Barrio Chino ha sido utilizada en otras poblaciones de la comarca. En Valdepeñas, se localizaba en la zona suroeste, las calles de la Alegría, Conde y Ángel, denominaciones mantenidas en la actualidad.

En la 2ª República, y mediante Decretos de Alcaldía, se promovió la regulación de las casas de prostitución y, al amparo de esta legislación, se creó en 1931 el Dispensario Antivenéreo quedando a cargo del Dr. Tomás Caro-Patón. Este profesional estaba convencido de la labor que realizaba con su trabajo y, por ello, no dudó en salir en defensa del mismo en un medio de comunicación local El Eco de Valdepeñas, en 1934, ante las denuncias proferidas en el mismo medio por “…el pasacalles semanal de las mujeres de la vida al acudir a las revisiones médicas que se realizaban en este Dispensario”. Su respuesta era a la vez crítica por esa doble moral característica del ser humano, así se pronunciaba: “Creo que la tolerancia, en sus límites justos, y la comprensión, son las mujeres características de los pueblos cultos, y no comprendo que hombres, mujeres y niños, en un pueblo que debe dar ejemplo de cultura, maltraten de palabra y obra a unas mujeres que más que pecadoras son víctimas de los pecados de los demás”.

Tras la Guerra Civil, y pese a la “rígida moral” de la época, el régimen franquista sigue permitiendo la actividad en estas casas hasta que una nueva Orden decreta su abolición en 1956.

La historia de la prostitución, en España ha fluctuado desde el modelo de tolerancia y reglamentista hasta su represión con un modelo abolicionista, destacando en el primero de ellos la confluencia de aspectos policiales y de higiene para el control de las enfermedades venéreas.

Esto quedó puesto de manifiesto por el Dr. Tomás Caro-Patón ante la importancia social que tenía esta actividad, a lo que añadía la defensa de la dignidad de estas mujeres, en el ejercicio de esta profesión, señalaba “…podíamos definir la prostituta diciendo que es una mujer huérfana, inculta, muchas veces madre, y siempre enferma, sometida por la Sociedad, a ser el receptáculo inmundo del vicio de los hombres. Tendrán sus defectos y sus pasiones, pero siempre serán dignas del respeto que merecen…”.

En la Memoria del Primer Año de Labor del Dispensario Antivenéreo de Valdepeñas, de 1932, argumentaba que de las 112 mujeres dedicadas a la prostitución el 76% eran huérfanas, o hijas de padre desconocido o hijas de padres inmorales –lo que el Dr. consideraba peor–. De ellas, igualmente destacaba, el 52% eran analfabetas, y el 20% eran madres.

No cabe duda del poder económico que existe tras la prostitución, pero tampoco es desdeñable el poder de esas mujeres, la mentalidad, las costumbres, la situación económica y el juego de la visibilidad y las relaciones veladas y opacas, conducen a situaciones en las que la balanza del poder no deja claro el lado por el que se decanta.

Y terminamos este pequeño homenaje a estas mujeres trabajadoras, de nuevo aludiendo al Dr. Caro-Patón y su crítica de la doble moral, cuando señalaba que “Una de dos: o deben cerrarse las casas de lenocinio, como ya ha ocurrido en todos los países civilizados, o no debe darse tanta importancia a su existencia y a sus pasacalles. Burdeles donde se adoren y calles donde se maltraten, es una realidad paradójica de pueblo inculto. Ni lo uno, ni lo otro”.

Portada del Folleto informativo del Dispensario antivenéreo de Valdepeñas, 1932. Fuente: Fondo Eusebio Vasco, Ayuntamiento de Valdepeñas