Se ha despejado la duda y ha sido proclamado Excelentísimo Señor Alcalde de la Muy Heroica, Muy Leal e Invicta Ciudad de Valdepeñas Don Jesús Martín Rodríguez. Tras unos días entre la duda, el escepticismo y, por lo visto, la negociación a altísimo nivel, que muchos han interpretado como chanchullo y chalaneo de alcantarilla, el sábado, 17 de junio la votación del pleno de constitución de la Corporación Municipal reflejó exactamente los resultados de las urnas (10, 6, 3, 2), y, según lo que indica el reglamento, no teniendo ningún grupo la mayoría absoluta (11 votos de 21), se procedió a nombrar alcalde al número uno de la lista más votada (en mayoría relativa). Un acuerdo entre las tres fuerzas en minoría relativa, que habría dado lugar a una mayoría absoluta, para votar a un segundo candidato o segunda candidata, habría descabalgado a Jesús Martín del puesto que ha ocupado en los últimos veinte años. Una pinza inverosímil, pero posible…e intentada, según las declaraciones de dos de los líderes de los partidos implicados. Si creemos las declaraciones que se han ido produciendo en el ínterin, la líder de uno de los partidos minoritarios intentó convencer a la líder de otro y al líder del tercero para unir sus intereses objetivos (derrocar a D. Jesús Martín). Estos dos (en extremos opuestos en el espectro político) se negaron en redondo por motivos ideológicos y, se diría, forzando la hipótesis, morales. Al líder del partido con menor representación se le habría ofrecido, ni más ni menos, la alcaldía. Recapitulemos: un partido con seis corporativos ofreciendo la alcaldía a un partido con tres veces menos representación (6/2)…Por el medio, un partido con tres corporativos siendo tanteado para entrar en el negocio de hacer alcalde al líder de un partido (diametralmente opuesto en lo ideológico) que obtuvo la quinta parte de representantes (10/2) que el partido al que se quería desplazar de la máxima responsabilidad de gobierno. Y todo perfectamente legítimo en función de la estructura de la democracia representativa vigente en España a todas las escalas. Cuestión bien distinta plantea el aspecto moral del tejemaneje. La política hace extraños compañeros de cama. Lo inverosímil de la situación se percibe de inmediato: contrariamente a lo que dice el refrán, dos partidos opuestos ideológicamente que durmiesen en el mismo colchón político difícilmente terminarían siendo de la misma opinión. Y mucho menos un trío… Quienes han venido acusando (con razón) a Pedro Sánchez de haber montado un «gobierno Frankenstein» que ha resultado ser una jaula de grillos (o una charca de ranas, lo que prefiera el lector) no encontrarían justificación ante sus votantes para el espectáculo que se habría montado. Y sus votantes, se supone, se lo harían saber a los tres partidos. En una muestra de coherencia y firmes principios, y tragándose el sapo de asumir que durante cuatro años Don Jesús Martín seguirá siendo Alcalde de Valdepeñas, los dos partidos más minoritarios de la Corporación decidieron rechazar la «oferta irrechazable» que se les hizo (según sus propias declaraciones) y propiciar la investidura de un candidato con el que, visiblemente, simpatizan en lo personal tan poco como en lo político: o sea, nada…
Vaya por delante el tópico: «El fin justifica los medios». Tal cual, nunca lo dijo Maquiavelo. Pero la idea sí es suya. Maquiavelo era maquiaveliano, no maquiavélico. En la política real, lo que se haga para alcanzar el poder y mantenerse en él a toda costa, queda exento de juicio moral. La política es así. Tal es la lección (una de tantas…) del genial Maquiavelo. Otra cosa es la política ideal o ingenua. Y la ciudadanía duda entre los dos extremos, por mucho que, en público y for the record, diga que quiere políticos honrados y de demostrada catadura y fuerza morales. Al líder carismático se le perdona todo si consigue los objetivos por los que se le ha votado. Si cuando se escribe esto fuese alcalde de Valdepeñas Don Alberto Parrilla por acuerdo de Unidas por Valdepeñas con el Partido Popular y VOX, liderados, respectivamente, por Doña Cándida Tercero y por Doña Dolores Gómez ¿los votantes de estos tres partidos estarían poniendo el grito en el cielo, exigiendo la disolución de la Corporación y la convocatoria de nuevas elecciones y destituyendo por aclamación o votación a sus representantes, o calculando cómo se iban a repartir el poder en los próximos cuatro años y qué beneficios sacarían de ello? Es de suponer que a los votantes de «la derecha» y a los de «la izquierda no-PSOE» se les habría caído la cara de vergüenza. Es deseable suponerlo. Propiciar a toda costa la decapitación (metafórica, claro) de Jesús Martín habría sido una muestra de indignidad de la que la ciudadanía de Valdepeñas tardaría mucho en reponerse. No significa esto que, en el río revuelto de la política bajuna, el pescador más hábil se lleve la mejor pieza sin objeciones ni reparos: no porque la oposición hubiese jugado al patapunparriba en un patatal, Don Jesús Martín podría sentirse autorizado a rascarse la barriga viéndolas venir, y echándoles miguitas, pitas, pitas, pitas, para que se maten entre ellos. El resultado de las elecciones prefigura cuatro años duros, durísimos para el Gobierno municipal. Casi cualquier medida que quiera aprobar, incluso la más sensata a simple vista, tendrá que ser negociada con algún grupo de la oposición. Y ni siquiera la sintonía esporádica con UxV (formalmente así durante cuatro años) está garantizada. Lo que parece que estará al orden del día será el filibusterismo (no se asuste el lector; DRAE: 2. m. «Obstruccionismo parlamentario») y la espada de Damocles sobre la cabeza del Señor Alcalde. Pero hay quien sale peor parada de la precampaña, la campaña y, a pesar de los (relativamente) buenos resultados, las negociaciones preinvestidura y hasta de la investidura relámpago que tan eficazmente retransmitió TeleValdepeñas. La pretensión de desalojar a toda costa a Don Jesús Martín (independientemente de lo que se opine sobre su ejecutoria pasada, que toda opinión, en cuanto tal, es legítima), incluyendo un pacto con quienes son considerados por los votantes propios como diablos con cuernos y rabo (con perdón), con total seguridad pasará dolorosa factura a los o las líderes que lo plantearon y a los militantes que lo autorizaron (en ejercicio de la democracia interna de los partidos, exigida por la Constitución Española de 1978), a aquellos en forma de remoción de sus cargos y a estos en forma de remordimientos de conciencia. Y, si se acepta la palabra de Don Alberto Parrilla y Doña Dolores Gómez (cuya honradez, como la valentía al soldado, se les supone) y se les cree cuando afirman con rotundidad que se negaron a aceptar la oferta que no podían rechazar, porque no era una cuestión solo de negocios, sino personal, de principios, sus votantes y la ciudadanía en general se lo premiará. Por cierto…
La ciudadanía, no «Dios». Hace muchos años, en una tertulia televisiva dirigida y presentada por Jesús Hermida, Camilo José Cela (que caía mejor o peor, pero de español algo sabía…), preguntado acerca de la fórmula de toma de posesión de cargos políticos, el «juro» o «prometo», resolvió la duda con claridad cristalina y milimétrica: «Se jura el pasado y se promete el futuro». «Juro que lo hice, prometo que lo haré». El Diccionario de la Real Academia Española se acomoda, como en tantas otras cuestiones, a los usos lingüísticos de la gente y se ha hecho más descriptivo que prescriptivo: «jurar.1. tr. Afirmar o negar algo, poniendo por testigo a Dios, o en sí mismo o en sus criaturas». La jura de un cargo, según Cela (y la etimología), no implicaría la tutela-y-vigilancia de un dios porque solo podría hacer referencia al pasado y no al futuro de honradez y acatamiento de la Constitución al que se compromete quien acepta el cargo. Pero incluso aceptando la autoridad de la Academia, jurar un cargo político («poner por testigo a Dios», así, con mayúscula) es contrario a la letra y el espíritu de la Constitución Española (art. 16), según la cual España es un estado aconfesional o laico (busque el lector ambos términos en el DRAE y verá que son sinónimos). Por tanto, la fórmula oficial de aceptación de un cargo político debería incluir solo la promesa, nunca el juramento (en el sentido de la definición del DRAE y el uso popular del término). Porque los políticos, en una democracia, no responden «solo ante Dios y ante la Historia», sino ante la Ciudadanía, es decir, ante los contribuyentes que les pagan el sueldo.
Otra cosita…
La perfecta retransmisión del (brevísimo) pleno de investidura del Alcalde, que resultó en el nombramiento y la (escueta) aceptación del cargo por Don Jesús Martín, permitió al espectador entrever un detalle que llamó la atención: el ejemplar de la Constitución Española sobre el que se juró fidelidad al Rey y acatamiento de la Constitución (sin florituras de «imperativo legal» ni nada por el estilo, incluso los corporativos republicanos de Unidas por Valdepeñas) tiene como portada la primera y original, con el Águila de San Juan. La Ley 33/1981, de 5 de octubre, del Escudo de España, disposición transitoria tercera, da un plazo máximo de tres años «para sustituir el Escudo hoy en uso» [El Águila de San Juan] allí donde deba figurar un Escudo de España (el artículo 2º relaciona estos lugares). Y aunque se puede apelar (y se apela vehementemente desde ciertas latitudes ideológicas) que la Constitución Española fue refrendada por el Jefe del Estado el 27 de diciembre de 1978, casi tres años antes y, obviamente, sin efectos retroactivos, quizá no estuviese de más sustituir la Constitución empleada para los juramentos en el Excelentísimo Ayuntamiento de Valdepeñas por otra encabezada por el Escudo oficial desde 1981 y vinculada a la Monarquía Constitucional Democrática y Representativa. No es verosímil que las fuerzas políticas autoproclamadas «monárquicas» se vayan a empeñar en hacerle al Jefe del Estado, Su Majestad el Rey Felipe VI, el feo de negarse a honrar su Escudo, que es oficialmente el de la España constitucional que dicen adorar, en lugar del Águila de San Juan. O sí, porque puestos a quedar mal…