sábado. 20.04.2024

La Época de la Política del Esperpento

Artículo escrito por Ángel Luis Rivas

Una tal Vanessa Lillo, militante del PCE-IU de Madrid y número 3 de la lista de Unidas Podemos en las recientes elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, se expresaba en los términos más brutales después de la debacle de su coalición política acerca del hasta hacía un ratito su líder y de su cohorte: “Sois unos sinvergüenzas y unas ratas”. El carácter supuestamente privado de la conversación durante la cual se profirieron semejantes exabruptos no atenúa la sensación que le queda al que las oye de que la derrota sin paliativos de Unidas Podemos, y la huida de su autoimpuesto líder, no hacen sino desvelar la auténtica motivación de este al abandonar a mitad de legislatura su comodísima posición en la vicepresidencia del gobierno de España. El obvio rechazo por parte de los miembros de la «rama PSOE» del gobierno a esa figura, por motivos políticos pero también personales, le llevó a disimular con una operación electoral suicida un mutis por el foro presentado, haciendo de la necesidad virtud, como un último hurra. El grosero lenguaje de Vanessa Lillo despotricando contra los que la utilizaron como bulto en la comparecencia ante los medios, los mismos que durante la campaña la usaron como carne de cañón, revela el nivel intelectual y moral de la candidatura. ¿Es coherente ─y decente─ cubrirle solidariamente las espaldas al líder derrotado y precisamente a sus espaldas llamarles «ratas» y «sinvergüenzas» a él y a toda su troupe? ¿Por qué no renuncia ella misma a su acta de diputada? Habría sido una actitud muy digna anunciar allí mismo que ella también abandonaba la política y se volvía a su trabajo habitual de diseñadora gráfica. Para terminar de arreglarlo, la señora Lillo emplea la expresión «es que son la polla». Es difícil discernir si se refería con ella también a Ione Belarra e Irene Montero, dos de los paradigmas del feminismo antiheteropatriarcal de este país, que difícilmente se van a dar por aludidas. Esta visceral reacción ¿no será síntoma de que la señora Lillo no ha conseguido asumir que la coalición política en cuyas filas se presentaba a unas elecciones ha sido derrotada de la manera más humillante, quedando en último lugar, por detrás de la extrema derecha y solo por delante de los que han desaparecido de la Asamblea de Madrid? ¿No será capaz de aceptar que su líder y, por la parte que le toca, ella, han hecho un daño inconcebible a la izquierda madrileña y española del cual difícilmente se va a reponer en décadas? Así se manifestaba su exlíder unos días antes de las elecciones:

«Ni siquiera el líder del mayor partido comunista de Occidente, Enrico Berlinguer, había logrado llegar donde he llegado yo: un marxista en un gobierno de la Alianza Atlántica (…) Desde el punto de vista histórico, observar lo que he realizado me produce vértigo» (cursivas nuestras).

Sic transit gloria mundi. Después de semejante ataque de autoimportancia megalomaníaca se comprende cómo puede despedirse de la política echándole la culpa a todo el mundo…menos a sí mismo, autocalificándose de «chivo expiatorio». Y si fuese el único… Edmundo Bal, el candidato de Ciudadanos, tras disolverse en los resultados «como en la orilla del mar un rostro en la arena», se atreve a decir «hoy no pierde Ciudadanos, hoy pierde Madrid y hoy pierde España». Otro megalómano…que no dimite y se vuelve al Congreso y, en razón de su gran éxito, es promovido a número dos de su partido. Cuando su antiguo líder espiritual, Albert Rivera, hubo de marcharse ante una situación similar (de hecho, no tan mala), se despidió aceptando su responsabilidad por el fracaso…y pontificando acerca de cómo se debe gobernar España, sin querer darse cuenta de que se iba porque el electorado le había echado. A ver qué dice Inés Arrimadas cuando se vea forzada a dimitir, si le queda algo de lo que dimitir.

Mónica García y Más Madrid, sin ganar, tampoco han perdido, y, por lo visto, eso les autoriza para perdonarle la vida al electorado y restregarle por la cara al exlíder de Unidas Podemos (con buena parte de razón, él se lo ha buscado…) que su operación de rescate de Madrid era un farol que le ha salido rana. Sin ganar, han sido los otros triunfadores, haciendo de la necesidad virtud.

Ángel Gabilondo, marioneta cuando le nombran Ministro de Educación y desaparece durante dos años. Pelele cuando le nombran candidato para la Comunidad de Madrid y su partido es sobrepasado por Más Madrid. Y después de decir y repetir que, ¡por supuesto!, recogería su acta de diputado y ejercería sus funciones de leal oposición, a la primera oportunidad se va (o lo echan). Pero sin culpabilizar al empedrado y a la ciudadanía ni presentarse como «chivo expiatorio», que, en su caso… Lo cual, dicho sea de paso, da muestra de su coherencia y le honra.

Otros que no han ganado, pero no han perdido, y es que ni fu, ni fa, sino todo lo contrario y depende, son los de VOX, cuya candidata sale a decir que o la triunfadora en las elecciones les tiene en cuenta para el gobierno o tendrá que ganarse la abstención del PSOE para ser Presidenta. Y tiene que enmendarle la plana el Jefe diciendo que no se preocupe la Presidenta en funciones y rePresidenta in pectore, que por ellos no va a quedar, por el bien de Madrid, de España y de la Civilización Occidental y Cristiana. Y aquí paz y después, ni pena ni gloria. Pues eso, ni fu, ni fa, sino todo lo contrario y depende.

En definitiva, en esta Época de la Política del Esperpento por la que estamos pasando en España, en la que nos encontramos que arrasa en unas elecciones democráticas una señora con formación intelectual mínima y sin discurso político más allá del argumentario de partido (reducido a una sola palabra mal definida); con una niña bien de barrio rico muy bien casada que se presenta como la esperanza del Proletariado y última línea de defensa ante el Capitalismo Depredador, escoltada por un aspirante a Gramsci que se ahoga en su propio discurso neomarxista posmoderno; con un líder de masas antifascista que, ya antes de verificarse el fracaso, insinúa que se va y amenaza con volver a dar clases; un aspirante a filósofo-rey al que más le habría valido ser coherente y aplicar lo leído en Kant y Foucault y mandar a esparragar a Sánchez y sus asesores; una aspirante a lideresa de la renovación espiritual de la España Eterna e Imperial que no asume su condición de segundona útil; y un abogado del estado desde los 26 años que no iba mal en su desempeño como tal, pero que se ha despeñado por el precipicio de la soberbia que le contagió Rivera y no ha sabido ni querido contrarrestar Arrimadas… Ante todo esto, y si es verdad que «Madrid es España dentro de España» (la triunfadora dixit) y «el rompeolas de todas las Españas» (Antonio Machado en 1936), la perspectiva solo invita a apagar y marcharse.

La Época de la Política del Esperpento