Carlos III sepultado en oro

El instante en que bajó el espíritu santo y depósito sus alas entre los tres biombos fue el momento misterioso de la ceremonia. A ver, salieron unos militares quienes, a modo de pajes, portaban unas pantallas de look medieval con las que rodearon al monarca recién despojado de la capa. Y, una vez compuesto el místico recinto con el monarca dentro, entraron dos arzobispos y el Dean de la abadía de Westminster con un aceite consagrado y ungieron al señor que había allí dentro. En ese momento, otro paje -militar de oficio- avisó al espíritu santo que esperaba en la cornisa diciéndole con insistente susurro: “¡Ahora!”, por lo que el espíritu descendió y se posó no se sabe muy bien dónde, pero se posó. El caso es que cuando retiraron los biombos Carlos seguía sin transfigurar, igual de triste, intacto, tal y como estaba antes del encierro y de quedarse en camisa.

Especial atención merece la cuchara con la que realizaron la operación del ungimiento. Se trata de la única cuchara que quedó de la cubertería del rey Carlos I ejecutado en 1649 cuando el Parlamento intentó abolir la monarquía inglesa. Con tan modesto instrumental vertieron el aceite sagrado sobre las manos, el pecho y la cabeza del rey, simbolizando que el soberano es elegido directamente por Dios. O sea que, con la cuchara de oro y plata, el aceite consagrado y el secretismo del espíritu santo, se disimula la ausencia de sufragio alguno en la ceremonia.

Después, procedieron a colocarle encima muchos objetos que no eran meras bagatelas, sino que se trataba de dos cetros que simbolizan ideas que no consiguen revestir de espiritualidad aquello que carece de ella. Cada objeto que los deanes y arzobispos iban entregando al rey, sepultaba más a la persona de Carlos quien desaparecía por momentos entre cetros, bolas del mundo y bajo una corona de dos kilos. Todo ello, eso sí, cuajado de diamantes, perlas, rubíes, zafiros y esmeraldas, joyas contadas por cientos. Especial enhorabuena merece el contador de brillantes incrustados en sendas coronas, todo un mérito inventariar tan humilde joyero.

Una vez desaparecido Carlos y compuesto un rey, lo subieron a un carruaje dorado el cual, -qué mala pata- es incómodo porque data del siglo XVIII y tiene poco rodaje. Concluido el paseo en carroza hubo de realizarse la foto oficial en la que destaca la primorosa caída de ambas colas: la del rey y la de la reina. Colas de las capas reales alegremente colocadas sobre los escalones de la estancia.

La coronación de Carlos III ha sido un espectáculo mediático como el festival de Eurovisión, la final de la Super Bowl de Estados Unidas o la inauguración de unas olimpiadas. El evento parece haber tenido una repercusión en el sector de hostelería de unos 400 millones de euros, frente a los ciento quince de inversión. Entre símbolo y símbolo sonaba el clic de la caja registradora. Este y no otro es el busilis de la cuestión.

Etiquetas: coronación / Carlos III / símbolos / monarquía.