domingo. 14.09.2025

No nos vas a grabar más

“Y todos juntos, unos quince o dieciséis, corrieron dados de la mano por la playa, metiéndose en el agua, mientras las olas ahogaban sus eufóricos gritos de alegría”, así se podría resumir un verano feliz o un anuncio publicitario. Y este es el problema, que en la realidad la alegría y el verano son diferentes a un anuncio o a un reel subido a una red social. Los amigos, unidos por estrechos lazos, pueden tener un cuerpo espectacular, o no. Pero generalmente, no todos los amigos de un verano son guapos y guais, entre otras razones, porque suelen ser los mismos amigos que en invierno. Todo ello, salvo que uno no tenga amigos sino vallas publicitarias que necesitan vídeos con estrepitosas risas fingidas. ¿Qué fue de los veranos –y de la vida– sin cámaras? ¿por qué hay tanto exhibicionismo? Solo había que reír y descansar y volver a reír sin que nadie se mirara a sí mismo a través de nosotros.

Cada verano constatamos que la fantasía de “El Sueño de una noche de verano” (W. Shakespeare) no existe. Y mira que nos lo han dicho veces, pero el mercado se empeña en que es posible no sentirse un poco medio imbécil cuando aplaudimos un atardecer en una playa mientras el de los bongos toca los bongos. Que no es verdad que después, o sea, cuando el de los bongos se calla por fin, todos juntos se vayan a una masía, caserío, cortijo o similar a cenar al aire libre unas estupendas viandas porque, las casas en la Toscana o en la Provenza solo están allí, y aquí las masías son muy caras. Y, además, ¿quién hace la cena y pone una mesa espectacular mientras los dieciséis gaznápiros están creando contenidos felices para sus redes? Peor aún, ¿quién es el pringado que se ha pasado el día poniendo guirnaldas de luz led en todos los puñeteros matorrales y parterres imitando un jardín que no existe? Y, ¿cómo es que todos los cabellos del personal, generalmente rubio, ondea al viento como si fueran Paulina Rubio cantando, resultando que, con esa misma ventisca, no se apagan las decenas de velas que hay en la mesa? Y, a propósito ¿tienen en esa casa provenzal un buen seguro contra incendios?

No hay familia o grupo de amigos cuya imagen sobreviva a la realidad de un verano normal. Las cámaras bajo las que ellos mismos se sitúan no muestran las barrigas y demás prominencias cotidianas con que cada cual convive. Además, hay que asumirlo, cuando el pelo ondea al viento lo hace al revés, o sea, metiéndose en la nariz y en la boca. Hay momentos en que se requiere la dulce intimidad de la dejadez, tirar al suelo el pareo de las narices y, con todo el abandono que cabe en la toalla de playa, beberse una impúdica cerveza sin que nadie grabe nada, por favor. Hay que respetar esos mágicos momentos en que, sin ganas de ejercer de feliz, uno se queda durmiendo en la hamaca con la boca abierta y le despierta el olor de una simple y exquisita tortilla de patata. Por eso, hay que apagar el teléfono cuando aún se está pidiendo con educación. Después, puede ser tarde…

No nos vas a grabar más