“Las ventanas de mi hogar son cuadros que enmarcan paisajes de felicidad” escrito en una taza de una conocida marca de objetos para el hogar. Esta y otras muchas frases de similar tenor literal se escriben por doquier “para ser feliz en casa y respirar energía positiva en cada rincón”. Pero se olvidan de que apenas hay una ventana en cada habitación alquilada; que en esas habitaciones hay pocos rincones en los que depositar algo, aunque sea energía positiva, y que existe un colectivo silencioso a quienes comienza a repelernos la empalagosa energía positiva.
Parece que existe una realidad paralela a la realidad real: una habitación donde hay una cama y un lavabo minúsculo por seiscientos euros. Una cocina cochambrosa que ha de compartirse con unos desconocidos que no apetece que alcancen el estatus de conocidos y unos sueldos ínfimos. Ante esta situación generalizada, aparecen los gurús de la psicología positiva y te cuentan que lo que te ocurre lo atraes tú mismo con tus pensamientos y tu energía negativa. Es decir, que cuando uno se acuerda de los ancestros de quien inventó el alquiler vacacional y de los grandes tenedores de viviendas que usan estas propiedades con fines especulativos, está enviando un mensaje negativo al universo, y entonces el universo recoge tu energía negativa y te la devuelve peor. De todo lo cual cabe inferir que el universo tiene muy mala leche.
“El hogar es donde late el corazón, y el mío late feliz aquí”, escrito en otra taza. “En mi refugio hogareño, encuentro paz y motivos para sonreír” y así hasta reunir una vajilla completa de necedades que encima te culpan por no obedecer el sacrosanto deber de ser artificialmente feliz. ¿Cómo va a ser feliz alguien en una cocina a la que hay que subir por una estrecha escalera y que tiene dentro un aseo ínfimo para diez personas?
Picasso se instaló en el barrio de Montmartre, París, en un inmueble llamado el “barco lavadero” (Bateaur-Lavoir). El pintor y sus amigos lo llamaron así porque recordaba a los barcos amarrados en el Sena y que se utilizaban como lavaderos. La casa era sucia y Picasso dormía por el día porque se turnaba la cama con otro compañero que dormía de noche. La diferencia entre los artistas del Barco Lavadero de París y los trabajadores que habitan los barrios dormitorio de las grandes ciudades españolas es que aquellos pintores sabían que algún día saldrían de aquellas habitaciones llenas de polvo y humedad.
“Mi hogar es mi santuario, donde la felicidad florece con cada paso” escrito en cada paso de la irrealidad que el mercado fabrica y en la que se nombra `tío feliz´ al adquirente del ya citado recipiente. Y cuanta más miseria se agrupa en las ciudades mayor es la mercadotecnia del pensamiento positivo. Se equivocan en algo: no existe tal pensamiento sino un enorme abrevadero de aquellas ideas que otros ya han pensado y que encima tienen el mal gusto de escribirlo en las tazas del desayuno.