martes. 05.11.2024

Sin vivienda, pero felices

“Las ventanas de mi hogar son cuadros que enmarcan paisajes de felicidad” escrito en una taza de una conocida marca de objetos para el hogar. Esta y otras muchas frases de similar tenor literal se escriben por doquier “para ser feliz en casa y respirar energía positiva en cada rincón”. Pero se olvidan de que apenas hay una ventana en cada habitación alquilada; que en esas habitaciones hay pocos rincones en los que depositar algo, aunque sea energía positiva, y que existe un colectivo silencioso a quienes comienza a repelernos la empalagosa energía positiva.

Parece que existe una realidad paralela a la realidad real: una habitación donde hay una cama y un lavabo minúsculo por seiscientos euros. Una cocina cochambrosa que ha de compartirse con unos desconocidos que no apetece que alcancen el estatus de conocidos y unos sueldos ínfimos. Ante esta situación generalizada, aparecen los gurús de la psicología positiva y te cuentan que lo que te ocurre lo atraes tú mismo con tus pensamientos y tu energía negativa. Es decir, que cuando uno se acuerda de los ancestros de quien inventó el alquiler vacacional y de los grandes tenedores de viviendas que usan estas propiedades con fines especulativos, está enviando un mensaje negativo al universo, y entonces el universo recoge tu energía negativa y te la devuelve peor. De todo lo cual cabe inferir que el universo tiene muy mala leche.

“El hogar es donde late el corazón, y el mío late feliz aquí”, escrito en otra taza. “En mi refugio hogareño, encuentro paz y motivos para sonreír” y así hasta reunir una vajilla completa de necedades que encima te culpan por no obedecer el sacrosanto deber de ser artificialmente feliz. ¿Cómo va a ser feliz alguien en una cocina a la que hay que subir por una estrecha escalera y que tiene dentro un aseo ínfimo para diez personas?

Picasso se instaló en el barrio de Montmartre, París, en un inmueble llamado el “barco lavadero” (Bateaur-Lavoir). El pintor y sus amigos lo llamaron así porque recordaba a los barcos amarrados en el Sena y que se utilizaban como lavaderos. La casa era sucia y Picasso dormía por el día porque se turnaba la cama con otro compañero que dormía de noche. La diferencia entre los artistas del Barco Lavadero de París y los trabajadores que habitan los barrios dormitorio de las grandes ciudades españolas es que aquellos pintores sabían que algún día saldrían de aquellas habitaciones llenas de polvo y humedad.

“Mi hogar es mi santuario, donde la felicidad florece con cada paso” escrito en cada paso de la irrealidad que el mercado fabrica y en la que se nombra `tío feliz´ al adquirente del ya citado recipiente. Y cuanta más miseria se agrupa en las ciudades mayor es la mercadotecnia del pensamiento positivo. Se equivocan en algo: no existe tal pensamiento sino un enorme abrevadero de aquellas ideas que otros ya han pensado y que encima tienen el mal gusto de escribirlo en las tazas del desayuno.

Sin vivienda, pero felices