jueves. 18.04.2024

Descuidos, faltas, errores, gazapos y disparates. En teoría, "el papel lo aguanta todo"

Esta historieta que voy a tratar de contarles sucedió hace mucho, mucho tiempo, y ocurrió más o menos así. Tras finalizar la EGB obligatoria me decanté por la Formación Profesional, y aquello era otra cosa, sobre todo porque cada materia tenía un profesor distinto; y de repente me sentí huérfano, acostumbrado a la tutela protectora de mi maestro del colegio que impartía todas las asignaturas.

Además, a partir de ese momento tenía que desplazarme a un nuevo centro educativo casi recién estrenado y que estaba en las afueras de la ciudad. Allí comprobé que se aprendía de forma distinta y todo era novedoso para mí. Pero a pesar de los inconvenientes lógicos, poco a poco iba adaptándome. Sin embargo, muy pronto noté que uno de los profesores actuaba con demasiado rigor. Esa alarma también la compartían mis compañeros, por eso, acudíamos recelosos a sus clases. Aquel cascarrabias, por decirlo popularmente, nos exigía demasiado sin comprender que éramos sólo unos críos.

Muchas veces, demasiadas, su actitud rigurosa y áspera nos intimidaba, ¡encima! y de vez en cuando, le gustaba entremeterse en asignaturas que correspondían a otros  docentes. A este profesor le gustaba rizar el rizo y plantearnos problemas enrevesados y casi extravagantes.

Recuerdo vagamente uno que nos trajo de cabeza a toda la clase. Se trataba de una discoteca cuyo edificio era un polígono irregular. Pues bien, después de anotar los escasos datos que nos facilitó, había que calcular el área de la superficie que ocupaba el recinto, la longitud del perímetro, las clases de ángulos, etc. Pero además nos preguntaba otras valoraciones y resultados sobre el consumo, la potencia, la resistividad de la instalación eléctrica y mil cosas más, vamos, un auténtico culebrón.

El caso es que prácticamente nadie supo resolver el problema, sin embargo, algunos encontramos una vía de escape para rebatir su propuesta y evitarnos el castigo.

En general, siempre, y ante un problema, nos recomendaban leer detenidamente el enunciado y reflexionar. Pues bien, en aquel texto decía más o menos que, para el consumo del local, aunque nos daba una potencia en vatios, esta era producida por un motor sin especificar de qué tipo, pues las palabras generador o alternador no aparecían por ninguna parte. Y ahí, entre la duda o el disparate, encontramos el pretexto perfecto para no hacerlo.

Cuando volvimos a tener clase con él, preguntó sobre el problema de marras, y al comprobar que nadie lo había resuelto, empezó a pedir explicaciones. Fue entonces cuando algunos le referimos el error de bulto en el enunciado, pues, normalmente, y como se trataba sobre electricidad entendíamos que un motor eléctrico consume energía eléctrica para convertirla en mecánica. También porque en aquellos años estaba muy poco desarrollado el tema de los convertidores y los modernos generadores diésel que con un motor de combustión producen electricidad; que no era el caso.

Aunque sonriente, notamos su inseguridad porque tampoco era un experto en electricidad y, para eludir el debate, nos dijo que lo había puesto de pega para ver si picábamos. En esta ocasión solventamos el reto y salimos airosos de aquel aprieto tan engorroso. En fin, ni la permisividad actual, ni el miedo de antes.

Esta rescatada anécdota me sirve para confirmar la máxima que dice "El papel lo aguanta todo" porque, aunque con matices, y refiriéndonos literalmente a los documentos escritos, uno puede escribir o dibujar cualquier cosa en una hoja, aunque luego puede ser factible de realizarse, o no.

En literatura hay un ejemplo muy divertido y casi disparatado. Cuenta el escritor Antonio Muñoz Molina en su libro titulado "Ardor guerrero" sus reflexiones peripecias y batallitas durante el servicio militar. Un texto que es un regalo para todos los que hicimos la mili. Sus páginas están repletas de observaciones y vivencias sobre las experiencias y emociones que generan las obligaciones militares de aquellos años.

Sin embargo, y para la ocasión, me quedo con los divertidos y disparatados diálogos que refleja el capítulo XVIII cuando entra de responsable de cocina el brigada Peláez, su paisano, a cuyas órdenes estaba él de escribiente.

En un primer momento ambos manifiestan su desconocimiento ante cifras, estadillos y datos a reflejar en la documentación que deben justificar. Copio algunas frases sueltas para que se hagan una idea del asunto:

<<Esmérate, paisano, rellénalo todo bien que me mandan a un castillo. Cuando más desesperado estaba, un colega oficinista vino a salvarme. Invéntatelo todo, es la única manera que cuadren las cuentas. Si hay natillas, cien kilos de azúcar, a cien pesetas el kilo, ya tienes justificadas diez mil pesetas. Aceite hace falta todos los días, también lo pones a cien pesetas, para que cuadre más fácil, o a doscientas, según. Pero es muy fácil que me pillen. Nadie va a creer esas cantidades. Y una leche. Tú cuadra las cuentas y les dará igual todo. Y de allí iba mi hoja de barbaridades a la capitanía general de Burgos, empaquetada entre otras hojas de otros cuarteles. No te líes, paisano, imagínate que todo es cien. Cien hombres, por ejemplo, cien sanjacobos.>>

Creo que cualquiera que haya leído este capítulo se ha carcajeado a gusto, porque es una auténtica delicia la explicación simplista sobre la contabilidad de algunas instituciones. Y me temo que aunque pasen los años, muchas cuestiones apenas cambian. Acuérdense del precio de determinadas mascarillas y otros materiales durante la pandemia.

En otro orden de cosas debo manifestar mi desazón por los descuidos y los errores que de vez en cuando salpican mis escritos, porque, aunque el lector no se percate, a mí me duelen no saben cómo, menos mal que luego se me pasa. Y es que el corrector no entiende de contextos y aquel "revela" no tiene sentido cuando se habla de rebelión, y aunque lo leas y lo releas resulta imposible adaptar la frase con esa acepción errónea. Que mira que tenemos una lengua rica y complicada, tanto, que a veces nos confunde.

O cuando decides cambiar el nombre del personaje en la historia que estás escribiendo y te olvidas de modificarlo en un par de frases y parece, o das a entender, que existen dos protagonistas en el relato. Entonces, cuando después de leer el artículo mil veces descubres la errata vuelves a enviar el archivo pidiendo disculpas. Si no has logrado resolverlo, entras en suspense esperando que alguien en las redes te cuestione esos fallos que, seguramente, más pronto que tarde se repetirán. Porque somos humanos y porque la imperfección forma parte de la obra, al menos ese consuelo me queda.

A veces el error se valora mucho más, sobre todo en numismática y en la filatelia, que andan los coleccionistas buscando piezas con defectos y fallos para exhibir la rareza de la moneda o el sello como si de un tesoro se tratase.

Además, aunque uno se sienta incómodo y disgustado por los fallos cometidos, peor lo tienen los que han diseñado los trenes de Cantabria y Asturias que no entran por lo túneles, ¡oigan, y no se cae el mundo. Y es que el papel donde se dibujan los planos también aguanta todo.

Bueno ahora podíamos cambiar la frase hecha y decir "Las pantallas lo aguantan todo" las noticias verdaderas y las falsas, las fotos reales o con mil filtros y sin espinillas, la vida real y la que construimos en la ficción tratando de engañarnos a nosotros mismos.

Para concluir este revoltillo de ideas considero que es una actitud muy noble buscar la perfección en nuestras acciones, claro que hay que intentarlo. Pero, ¡ay de aquel que se crea perfecto! porque en el fallo y en el error involuntario está la humanidad, y si eres capaz de reconocerlo, la humildad.

Rafael Toledo Díaz

Descuidos, faltas, errores, gazapos y disparates. En teoría, "el papel lo aguanta todo"