viernes. 19.04.2024

El Hombre de los Caramelos

Artículo escrito por Ángel Luis Rivas Lado

[¡Atención! Lenguaje explícito que puede herir la sensibilidad del lector]

La clarificación de conceptos es un oficio de alto riesgo… Vamos allá.

La pedofilia es un trastorno de la conducta sexual consistente en el deseo mórbido de un adulto de mantener relaciones sexuales con niños. La pederastia es la práctica efectiva del mantenimiento de relaciones sexuales con niños. En algunos diccionarios de Psicología y en el DRAE se incluye a los adolescentes entre los objetos de deseo del pedófilo o el pederasta (o de la pedófila o la pederasta). Desde el punto de vista etimológico y jurídico no es correcto: παιδιον se traduce inequívocamente por «niño». La atracción sexual hacia adolescentes es la efebofilia (έφηβος, adolescente). Por otro lado, un adolescente de 16 años puede consentir legalmente en mantener relaciones sexuales con un adulto, al que no se le podría acusar de pederasta, salvo en el plano moral y del sano sentido común. Y aquí entramos en terreno pantanoso…

Supongamos un adulto A, pedófilo consciente de su trastorno, por el que sufre psíquica y moralmente. Desea compulsivamente mantener relaciones sexuales con niños, pero se somete durante toda su vida a una autorrepresión ascética rigurosísima y se muere sin haber tocado a un niño con intención sexual. Pregunta, si se quiere, capciosa: ¿Qué cota de virtud moral se le puede reconocer póstumamente a una persona que ha luchado denodadamente durante toda su vida contra su tendencia natural para no incurrir en un ilícito moral y jurídico? Piense el lector y llegue a la conclusión que mejor le parezca.

Supongamos un adulto B perfectamente coherente con su tendencia sexual y con la moralidad y la legalidad imperantes, y que mantiene cuando puede y quiere relaciones sexuales exclusivamente con personas adultas consintientes (o con una persona adulta, si tiene pareja estable), hasta que le cabe la posibilidad de mantener relaciones sexuales con un niño o una niña. B rechaza esa posibilidad, reprende severamente a quien se haya ofrecido como mediador e incluso pone en conocimiento de las autoridades la circunstancia, llamémosla «proxenetismo pederástico» o «trata pederástica de menores», según el caso, por si fuese una práctica habitual y se impusiese una investigación policial al respecto. ¿Cuál es el mérito moral de B?

Supongamos un adulto C, que, en una situación similar a la de B, acepta la oferta del proxeneta pederástico o del tratante pederástico de menores y mantiene relaciones sexuales con un niño. Supongamos que el niño, por el motivo que sea, no pone inconvenientes ni se resiste, es decir, consiente. ¿Qué juicio moral merecen C y, si cabe, el niño en cuestión?

Supongamos el caso del «Hombre de los Caramelos» (como en la canción de la Orquesta Mondragón: muy puesto, con sombrero, envuelto en un abrigo gris…). Este ofrece caramelos a los niños a la puerta del colegio, o, para mayor verosimilitud de la hipótesis, y dado que en las puertas de los colegios a la hora de la salida, afortunadamente, siempre hay alguien (papá, mamá, los dos o alguien en función de «canguro») que los recoge, traslademos el supuesto a la puerta de un instituto de segunda enseñanza. El Hombre de los Caramelos se acerca a un alumno de 1º de la ESO que se ha quedado rezagado y le ofrece su mercancía a cambio de que le deje darle un beso en la mejilla. Podrá conseguir otro si accede a ser tocado en las nalgas. Le ofrece otro si le enseña la colita. Le ofrece una docena si le toca su colita. El crescendo en la hipótesis queda a la discreción del avisado lector. El niño, o la niña, quiere los caramelos y hace libremente lo que le pide el Hombre, o la Mujer, de los Caramelos. Se ha de suponer que el niño es muy ingenuo y sus padres no le han puesto al cabo de la calle en lo relativo a los pervertidos que andan por ahí sueltos y a cómo hay que responder a sus propuestas (NOTA BENE: El término «pervertido» no es técnico, sino valorativo por parte de quien esto escribe). El Hombre de los Caramelos puede ser un pedófilo (trastorno), un pederasta (delito) o ambas cosas, digamos, consecutiva y causalmente (pederasta por pedófilo incapaz de autorreprimirse por principios morales). Si el niño o la niña accede libremente a las solicitaciones del Hombre de los Caramelos porque quiere los caramelos, ¿esa circunstancia se convierte en atenuante o incluso eximente del delito de pederastia? ¿Y si al acceder a las solicitaciones del Hombre de los Caramelos para conseguir los caramelos encuentra especial placer físico en las prácticas que le exigía aquel y, a partir de ese momento, el niño ya no reclama dulces recompensas para futuras prácticas sexuales, sino que encuentra satisfacción en estas por sí mismas? El discreto y avisado lector no demasiado mojigato aceptará que ese «especial placer físico» no es nada inverosímil. Al contrario, es previsible por razones naturales. La famosa pirámide de Maslow nos ayuda a entender esto:

Maslow

Fuente: https://terminosesconomicos.win/piramide-de-maslow/

El desarrollo personal de un niño no pasa, en el mejor de los casos, del nivel de la afiliación, en el cual la distinción entre «intimidad sexual» y «abuso sexual por parte de un adulto» no está consolidada. No se puede dejar a su «libre criterio», porque no lo tiene, decidir si quiere o no mantener relaciones sexuales con un adulto, de manera utilitaria (para conseguir los caramelos) o erótico-hedonista (para conseguir el placer sexual). Eso no es respetar su libertad ni sus derechos.

Supongamos que una Señora Ministra de Igualdad del Gobierno de un país civilizado dijese: «Todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber, que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren. Eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana. Basadas, eso sí, en el consentimiento. Y eso son derechos que tienen reconocidos». Sencillamente cometería un error intelectual y moral (si se pueden distinguir estas dimensiones del ser humano) de una gravedad gigantesca, y sería destituida ipso facto por el Presidente del Gobierno. Toda práctica sexual por parte de un adulto (o una adulta) que tome como objeto un niño (o una niña) debe ser considerada, aparte de inmoral, delictiva, quiera y consienta o no el niño (o la niña). La responsabilidad de tal conducta delictiva y moralmente repugnante y contraria al sano sentido común recae exclusivamente en el adulto y no depende de la voluntad y el deseo del niño. Y así debe ser. ¿Le va a explicar la Señora Ministra de Igualdad, por ejemplo, Irene Montero, a sus hijos/as/es/@s/xs que, si quieren y consienten, pueden tener relaciones con el Hombre de los Caramelos, porque es su derecho? La Señora Ministra no habría defendido explícitamente la pederastia, ¡pues solo faltaría eso! (pero todo llegará…) ¿Que «se ha expresado mal»? Si se tratase de Irene Montero, se habría expresado todo lo bien que le permite su estructura mental, constituida a partir de su admiración por la obra de Judith Butler, una mamarracha esquizoide y degenerada, y otras de su misma ralea, y de su incomprensión radical de la de Michel Foucault (en la cual sí se da pie a una legitimación ―muy forzada― de la pederastia…). Dicho sea de paso, hasta la Papisa del Feminismo Simone de Beauvoir sintió la necesidad de justificar teóricamente y por razones, en última instancia, personales, la descriminalización de la pederastia. Se supone al lector enterado de que, efectivamente, Doña Irene Montero, Ministra de Igualdad del Gobierno de España, pronunció hace unos días esas palabras, y el Señor Presidente del Gobierno no la ha destituido. Presupuesto: Doña Irene Montero debe tener todo el derecho del mundo a la libre e irrestricta expresión de sus ideas, pensamientos, opiniones y hasta paridas oligofrénicas. ¿Que a la Señora Ministra «le ha faltado pedagogía»? No precisamente: La «pedagogía» era, originariamente, la conducción de los niños, por parte de un esclavo, a la escuela. De las palabras arriba citadas (mal estructuradas, pero reflejo de un argumentario aprendido irreflexivamente de memoria) se infiere a dónde quiere conducir la Señora Ministra a los niños: a la consulta del psiquiatra.

El Hombre de los Caramelos