¿Quiénes éramos cuando no había espejos? ¿Quiénes éramos cuando sólo la lámina del agua nos devolvía nuestra imagen y cuando apenas teníamos noticia de nuestra belleza o de nuestra fealdad? En aquel lejano entonces, los otros eran nuestro espejo. Su trato, sus palabras, su acercamiento y alejamiento, la distancia con los otros era el espejo. Así, se creaba una imagen de nosotros mismos compuesta por un conjunto de subjetividades que podía ser real o no. Pero esto no es el pasado. El espejo sigue estando en los demás, de lo contrario no habría concursos de belleza, ni concursos de canciones, ni competiciones, en fin, en las que son los demás quienes deciden quién es la persona más adecuada para la colectividad.
Los votos de los países de Europa, parte de Asia y parte de Oceanía, son los que han decidido qué canción es la ganadora en un concurso tan literalmente luminoso y pirotécnico como Eurovisión. Se supone que el espejo sobre la mejor canción son los votos de los países concursantes. El problema es la duda sobre la autenticidad de la votación, porque si esos votos no son reales los cantantes han recibido la imagen deformada que vomita un espejo de feria.
A su vez, el propio concurso de Eurovisión también es un espejo de la realidad social en una Europa donde formalmente sí existen democracias parlamentarias y sufragio universal y, sin embargo, las elecciones generales arrojan resultados de dudosa legitimidad material. El resultado de la votación en Eurovisión se parece mucho a los resultados de las elecciones presuntamente democráticas. Con permiso de Don Miguel Delibes, la sombra de la duda comenzó a alargarse, como la de un ciprés, sobre las elecciones democráticas occidentales desde el momento en que el voto es manipulable y dirigible. Si se ha podido manipular y macerar convenientemente la intención del votante a través de sus redes sociales, puede afirmarse que el resultando de las correspondientes elecciones ha resultado falseado. Si los votantes fueran libres, ¿cambiarían los resultados electorales? En el mismo sentido, y en un mundo plagado de duendes y hadas, resulta difícil imaginar unos jurados de Eurovisión pensando en la calidad musical de los intérpretes, su puesta en escena y demás artes escénicas. Máxime si las canciones son ruidosamente similares. El hecho de que la propuesta de Israel haya obtenido el voto popular mayoritario también es un espejo de la sociedad actual en el que los Estados afirman categóricamente su repulsa ante el lacerante genocidio palestino y, sin embargo, de hecho, su postura es indiferente y pasiva.
¿Cómo sabíamos quiénes éramos cuando no había espejos? Los otros nos informaban de ello con sus abrazos y `desabrazos´ Un juego de espejos en el que reflejamos nuestra propia luz. Lamentablemente, el dirigente de Israel solo arroja un torrente de luz negra que ensombrece al mundo entero por muy dulce que suene su canción.