
El poemario de Joaquín Brotons “Poemas para los muertos” se publicó en octubre de 1977. Ilustrado por el artista Miguel Mejía Ramos y prologado por el escritor Antonio Ruiz López de Lerma—“La poesía es un grito solitario para evacuar del alma un sentimiento que la está desgarrando”—, incluye en sus solapas una reseña del también escritor Raúl Carbonell. Para Raúl, Joaquín “es un convicto de sus propias ausencias y un apasionado de la magia de nuestro interior”.
La amargura siempre conduce al desistimiento y al fracaso de la autoestima. En el poema “Fidelidad”, Joaquín Brotons, tras tanto dolor recibido, ofrece su corazón a los que le vilipendian, ya le da igual, nada tiene sentido, es inútil continuar luchando. Expresa una crítica descarnada ante esos poderes que traicionan y destruyen, que odian y atemorizan a los inocentes que caminan entre el amor, la candidez y la concordia: “…tantas bocas inocentes cerradas por las balas / del odio / tantos amores destruidos por el miedo…”. Es la deshumanización de la sociedad, las mismas injusticias que denunció Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 – Víznar, 1936) en “Poeta en Nueva York” y también el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898 – Berlín Este, 1956):“Nuestras derrotas lo único que demuestran / es que somos pocos / los que luchan contra la infamia”.
Alienación e injusticia se expresan en el poema de Joaquín Brotons titulado “Momento”, ese enfrentamiento melancólico contra la hipocresía que corrompe el espíritu, la verdad y la decencia. Es el mismo sentimiento que aletea en el poema “Matanza”, la fecundidad de los abyectos, de los destructores del mundo y de las personas que lo habitan.
Intercalando emociones, Joaquín canta al primer amor —temor y ansiedad, mentira e incertidumbre— y, en los versos del “Poema sangriento” —una cruda, sentida epístola a su madre—, declara ese destino indefectible que para él es la poesía, la poesía como metáfora de un padecimiento maligno, de su ánimo exhausto, de ese ataque cotidiano de unos mortales, trocados en seres cimarrones, sobre su persona: “Y ese es mi destino de poeta, madre / llevar a los hombres mi labio sangrante / y dejar huellas en un campo liego”. Porque la realidad del poeta es un camino apretado de rescoldos, de ceniza amontonada, de brasas de un fuego curtido por la indiferencia de los demás.
Pero no todo es rendición. La inocencia pelea contra la falsedad, lucha contra el cinismo, se enfrenta a la sumisión para que, tras el combate y sobre el solar donde yacen las mentiras, reverbere la llama de la verdad. Aunque esta victoria solo es un destello en la poética de Joaquín Brotons. Un destino aciago ahoga la inocencia. El hombre es sometido, humillado, vaciado de esperanza. Es el retorno de la deshumanización, aunque, quizá, nunca terminó de marcharse. Es el grito angustiado del poeta que reclama el amor, la esperanza, la libertad y también el candor perdido de la infancia: “No volverán nunca más a ser hombres con corazón / de niño, / porque la vida los ha quemado”. “Han puesto cerco a todo mi cuerpo/ a todo mi sentimiento. / La huida es imposible”.
Tras ilustrarnos con la etiología de la muerte y la depredación, Joaquín Brotons, en el poema “Milonga para un pintor”, nos augura una utopía en la que el lamedal de injusticias, hipocresía y mentiras es arrasado y sustituido por un nuevo mundo en el que reine el Dios de los Corazones auténticos, puros y libres: “…y todos sus hermanos / todos sus hombres, serán hombres llenos de autenticidad”. En los versos de “El poeta y su ruina”, el alter ego de Joaquín Brotons es engullido por la miseria y por la pena. Este poeta, en los estertores de su agonía, le pide ayuda, pero ya es tarde, ya nada puede hacer por él. Es la metáfora de la humanidad devorada, de nuevo, por la inquina de unos pocos, de los poderosos, de los malvados, de los canallas: “Los cuervos negros merodean su / carne como el manjar más fino”.
El monólogo interior lo hallamos en los versos de “Poema para un loco” y “Hoy quisiera estar muerto”. Es la metáfora de la desesperanza, de la claudicación —“Cada segundo de nuestra vida / es un desengaño que nos acecha—y que el autor convierte en la más lírica y terrible de las paranoias: “Hoy no quisiera vivir / hoy quisiera no haber nacido…”
La pasión amorosa es otro de los temas con que Joaquín Brotons ilumina este poemario. Además de ese canto al primer amor anteriormente expresado, encontramos versos a un amor perdido —“…guarda en tu corazón / un poco de mi recuerdo”—, también a un amor imposible —“Quererte tanto / y tenerte que olvidar”— y a esa nostalgia indeleble que perpetúa las letras de un amor escrito por la traición: “Me da pena ver cómo quemas las hojas de tu / cuaderno más íntimo…”.Para enfrentar la soledad, el poeta recurre a la esperanza contenida en la memoria, aunque la indiferencia de ese amor deseado no logra apagar las brasas que aún laten en su pecho: “Tú cada vez más lejos / —ya apenas si te encuentro en la sombra—“.
El poema Aurora de sangre es una epístola a sus dos hermanas —Isabel y Maruja—, una carta evocadora y tierna que, de súbito, se convierte en una embestida contra el paso del tiempo y la distancia —porque nuestro ayer se ha descolgado / de su limpio y blanco techo…”—, esas dos premisas del fracaso sentimental que, sin embargo, desencadenan la voluntad del poeta por lograr una unión fraternal eterna, sin fisuras, porque “…somos fuego, sangre, corazón, sensibilidad, furia y lágrimas…”
Y así, entre rastrojos de perplejidad ante la injusticia, por vaguadas secas que sirven de cauce a la mentira, tras los calveros de la humillación, sobre los baldíos de la desesperanza, desde los eriales del desistimiento, ante las pedrizas de la miseria y bajo las incendiadas riberas del desengaño, surge, en un verdear de labranzas de candeal y de centeno, el augurio prometedor, el vaticinio deseado, la utopía ansiada de un poeta profundamente humano. Brota la determinación de Joaquín Brotons por alcanzar las eras de una cosecha cierta, sí, celemines, cuartillas y medias fanegas de igualdad y libertad —…habrá un día en que no habrá ni colores, ni razas, ni clases de hombres…”. Una cosecha de costales de arpillera colmados, también, de solidaridad: “…habrá un día en que nadie tenga que limosnear su pan…”. Que nadie lo dude. El poeta —clamor y verdad, amor y sentimiento— estará junto a nosotros cuando, sobre las empedradas eras de la existencia, el viento separe al fin el cereal maduro de todas las impurezas.