Aquella mujer era joven y vieja a la vez. Perdió el embarazo de su séptimo hijo por llevar grandes fardos de leña a la espalda. Cocinaba en una lumbre con cacharros ennegrecidos y lavaba la ropa en el fondo de media tinaja. Tenía seis hijas que iban descalzas y a veces tenían piojos, también descalzos. Las vecinas llevaban a la mujer joven y vieja un trozo de detergente, o un trozo de manteca `colorá´ para untar en el pan que también le habrían dado. Su hija Juani era mi amiga. Una navidad me preguntó: “¿Qué coméis esta noche en vuestra casa?”, “turrón, mazapán y polvorones, ¿y vosotros?” y aquí fue donde aprendí una palabra nueva: “nosotros comemos cochura en navidad”. Creí que comían cosas muy blandas de color marrón claro con trozos duros entremedias. Esa palabra, en principio, no me supo bien. Al llegar a casa pregunté qué era eso y me dijeron: “magdalenas y bizcochos”. Resultó un consuelo que en casa de mi amiga Juani comieran algo normal, pero lo pensé solo unos días, hasta que la vi mirar la bandeja de polvorones que había en la casa de otra amiga. “¿Pedimos uno?” Y la abuela de esa casa, -en todas las casas había una abuela- nos dio uno a cada una y Juani se comió los dos muy contenta.
“Niña, ¿tu padre grita cuando ve el fútbol?”, “no, a mi padre no le gusta el fútbol”. La mujer joven y vieja se extrañó mucho por aquella extraña característica de mi padre. Sin embargo, lo que a mí me extrañaba era que el padre de Juani quien, por cierto, amaba a los gatos, no estuviera allí. Esa casa tenía un gran patio, una cocina y un dormitorio para todos, lo que a mí me pareció muy divertido, sobre todo cuando las vi saltar corriendo entre unos ligeros colchones de espuma. “¡Qué bien os lo pasáis!”
Algunas tardes se encerraban las seis hermanas en la única habitación y oían cómo sillas, mesa, cacharros y mujer caían al suelo. Cada vez que nacía una niña, la mujer joven y vieja dejaba a la bebé bajo una cama y las encerraba con un candado porque el padre se enfadaba mucho cada vez que nacía una niña.
Una tarde las vecinas y la madre cargaban cajas en un carrito. “Toma estas zapatillas y esta ropa para la niña pequeña”; “cuando lleguéis llama por teléfono donde la Loli para que sepamos que habéis llegado bien”, “¡Corre!, márchate antes de que llegue!” La comitiva de la pena se marchó con su carrito. Las niñas se llevaban en brazos unas a otras. “¡Adiós Juani!”, le grité con mucha pena. “¡Nos vamos a Valencia!” y la mujer joven y vieja le pegó en la boca por gritar dónde iban. Los chicos del barrio habían usado el tirachinas contra los gatos y un hombre enfermo de alcoholismo anduvo desesperado de casa en casa buscando al agresor de sus gatos. A partir de entonces, se oían sus gritos largos y agudos como un gato llorando el nombre de su esposa. La casa se llenó de gatos esperando comida. Una tarde, volvió a aparecer otra mujer joven y vieja por la cuesta, que cargaba leña en la espalda y sus hijos no tenían zapatos.