viernes. 19.04.2024

Bulevares...

Artículo escrito por Rafael Toledo

Acabamos de entrar en agosto, mes de vacaciones por excelencia. Como cada mañana leo a golpes y al trantrán esperando a que despierte Macarena para prepararle el desayuno. En esta ocasión me atrevo con un relato de Stefan Zweig titulado "Conocimiento casual de un oficio".

El cuento comienza refiriéndose a una mañana de abril de 1931 y, entre otras cosas, dice: <<El aire, como un caramelo, tenía un sabor dulce, refrescante; era húmedo y luciente; primavera filtrada, ozono sin falsificación. En medio del bulevar de Strasbourg se aspiraba con sorpresa un aroma de praderas y mar removidos. Esta bendición era obra de uno de esos chaparrones caprichosos de abril con que la primavera suele anunciarse en la forma más inicial...>>

Estos párrafos me animan a realizar una comparativa extravagante. De momento, en agosto no suele dar tregua la calor, es más, en nuestra ciudad, ya casi ni en primavera tenemos asegurados esos días templados y húmedos de los que nos habla la narración. Si por casualidad aparece una tormenta que refresca el ambiente, se agradece como un regalo inesperado pero desgraciadamente la realidad se impone ya que cada día llueve menos o a destiempo.

Aunque resido al borde de un bulevar, y animado por los párrafos anteriores, resulta pretencioso comparar Parla con París, porque aunque he visitado en varias ocasiones la capital francesa, no tengo consciencia de haber transitado por esa famosa vía. Sin embargo el bulevar sur de Parla es mi lugar habitual de paseo, territorio también de tránsito y de relax, acogido siempre bajo los plátanos de sombra que bordean las vías del tranvía, árboles obstinados que han crecido una barbaridad y que de vez en cuando se atreven a levantar el enlosado de la avenida.

Al seguir leyendo siento cierta envidia por las sensaciones que comparte el escritor, admito sin dudar que mi bulevar es mucho más modesto, pues tiene carencias paisajistas que lo hacen  menos idílico y literario que el enclave parisino.

No obstante, algunos fines de semana aprovechando la fresca de la mañana, intento desayunar disfrutando de su vista. Desde la terraza percibo la calma y el sosiego, apenas nadie transita por él excepto un madrugador tranvía. Ese momento podría resultar idílico y comparable con las reflexiones del escritor; pero de repente aparece el ruido ensordecedor de las sopladoras y las barredoras del servicio municipal de limpieza abortando el hechizo.

Contaminación acústica total que me descentra e impide escuchar los informativos matinales al aire libre. Abrumado por el ruido observo a través de los primeros rayos del sol una nube de polvo que sube hasta los balcones y las terrazas, es como si de repente se hubiese instalado una repentina niebla.

Fracasado mi empeño vuelvo alicaído a la cocina que me acoge con su luz artificial; desde entonces no he vuelto a intentarlo.

Pero el famoso escritor continua con su relato dándome envidia: <<Aquí me tienes, sentado, receptivo como nunca y con tiempo y ánimo sobrados para verte y escucharte hasta saciar mis ojos y mi corazón. Adelante, adelante ; no rehuyas, prodígate, da más y más cada vez y con más furia; tus gritos y tus alertas siempre renovados, tus vítores y tus enjambres de sonidos, que yo no he de cansarme, pues todos mis sentidos se abren hacia ti; adelante y adelante; date a mi sin secretos, ya que yo me dispongo a darme todo a ti, ¡oh ciudad inescrutable y siempre nueva en tus hechizos!>>

Todo esto escribe Stefan Zweig refiriéndose a París. Y a pesar de la diferencias puntuales, todas las ciudades grandes se parecen. También aquí en la "Ciudad de la Furia" los ruidos son gritos y la gente habla sola conectada al teléfono en una oleada de sonidos e idiomas que a veces ni siquiera entiendo. El bullicio de la mañana me acoge un día más y me envuelve durante el paseo junto a Macarena que, ajena a mis pensamientos, empieza a entornar los ojos.

No obstante, como el escritor, estoy atento a lo que me rodea, él dice pletórico refiriéndose al momento: <<Todo lo que toco con la mirada se me convierte en místico.>>Jaja a tanto no llego, sin embargo soy capaz de sentir una agradable sensación cuando curioseo sin un objetivo determinado.

Por eso, cualquier tarde saboreando una cerveza en el kiosco de "Manolillo"contemplo embobado desde mi relax el tránsito de los tranvías repletos de gente que vuelve del trabajo. A través de los cristales identifico rostros cansados, pasajeros que anhelan llegar al hogar; desde mi asiento imagino sus modestos equipajes, mochilas con ropa sucia y tarteras vacías.

Como una jornada cualquiera yo también vuelvo a casa, camino despacio hacia el bulevar y contemplo cómo las copas de los árboles se agitan de forma suave anunciando el declive de la tarde. París y Parla en mi memoria y, como el escritor, fantaseo que cualquier sensación puede traspasarse al papel,  o como en este caso, a la pantalla.

Bulevares...