

Arden nuestros bosques. Se consumen nuestras arterias de vida, nuestros pulmones. Arden pueblos enteros. Pérdidas de vidas humanas, lo peor, lo irreparable. Pérdidas de animales.
Pérdidas de hogares, de modos de vida, de recuerdos. Pérdidas, pérdidas, desolación.
No encuentro palabras para expresar el dolor que me produce encontrar estas imágenes día tras día en noticias de televisión, prensa, en la radio. Me produce un infinito pesar que los incendios se produzcan en su mayor parte por descerebrados que no se paran ni un minuto a pensar en el intenso dolor que infringen a sus congéneres. Es abrumador ver a personas ancianas llorar por la pérdida de todo lo que tenían, devorado por las llamas. Es angustioso ver cómo los bomberos luchan denodadamente día y noche exhaustos contra las llamas que no les dan tregua. Y yo me pregunto ¿por qué?
Esos extensos y verdes parajes convertidos en tierra yerma, negra como el carbón que ha perdido toda la vida que atesoraba. Esas lágrimas inevitables de todos los vecinos que no han dudado en salir a defender sus casas con los medios que poseían.
Y esas peleas políticas por todo, desde lo más ínfimo hasta lo más importante. Esa discordancia continua, ese tira y afloja que agota la paciencia del más calmado. Esas riñas de patio de colegio, anodinas e insignificantes que impiden el acuerdo en sus términos más mínimos. Esa incapacidad manifiesta para remar en la misma dirección, para establecer un frente común frente al horror y la tragedia, para ser uno sólo frente a la desgracia.
Todos estamos afectados por lo ocurrido en tantos lugares, en Castilla y León, Extremadura, Galicia, Castilla La Mancha. No quisiera olvidar ninguno. Y todos queremos que aquellos que han vivido en su piel la vesania del fuego tengan toda la ayuda que merecen, y del mismo modo queremos que esos bomberos que se han dejado la vida, en algunos casos literalmente, tengan del mismo modo el reconocimiento y la ayuda que merecen. Y que su sufrimiento no caiga en nuestro saco del olvido. Debería de ser para todos como una ley no escrita.