
“Quizás sean los ancestros en sus ritos
quienes nos imponen el ritmo narcótico de la nada.
Es terrible la tramoya de la nada. Todo para nada.
O tal vez es sólo la nada, su hueco sentimiento
o su vacío que no nos pertenece.
Un libro en blanco es nada.
El andén desolado es nada.
El páramo yermo y el erial, son la nada.
Quizás nada es
la pérdida de las letras de mi nombre,
nada que las pronuncie o recuerde,
nada, ni la ceniza que vuela de mis manos
en su olvido dolor de pavesas.
Nada es también la danza hierática
cuando el sueño es desvelo y no soy nada,
ni sombra ni espíritu alguno,
nada…Nada es la nada.
Estos bellísimos y conmovedores versos del poema “Nada”, perteneciente a la obra “Los exilios de la sangre”, de mi querido y admirado (a partes iguales) poeta Juan José Guardia Polaino, creo representan hoy de forma fidedigna cómo es mi sentir ante los terribles acontecimientos que acontecen día tras día: guerras, hambre, incendios…Todos golpeando a los más débiles que sufren lo indecible frente a nuestros ojos.
Y es que, ante algunos sucesos dolorosos que el devenir de la vida nos obliga a presenciar, el sentimiento que primero araña las entrañas se acerca al abismo de la nada. Esa sensación de vacío, de desgarro interior, ese dolor punzante que parece querer atravesar el alma y apenas deja respirar, esa espina clavada con saña por esa rosa que, a veces, nos ha mostrado tanta belleza…
Así se siente en el pecho la injusticia que supone la lucha diaria baldía, esa esperanza que se escapa entre los dedos diluyéndose en puro dolor, diluyéndose en la nada, perdiendo hasta esas letras que un día nos hicieron confiar en ella; una vida hermosa que se transforma en malvada madrastra, arrebatándonos a aquellos que hemos amado tanto sin la compasión que le presuponemos cuando nos tiende su mano dulce y amable.
De la aspereza de ese abrazo del cual es imposible zafarse; de esa angustia anclada en la garganta que impide dar paso a la voz, de esas manos desgarradas que sangran de tanto ser apretadas fruto de la desesperación; todo parece pertenecer a la nada, todo parece pertenecer al dolor, como si la sonrisa que recordamos fuese un sueño anhelado, un vago recuerdo que parece no haber tenido lugar jamás.
Todo para nada. Tanto para nada. Esa nada que nubla la razón, que lo ampara todo bajo su cruel manto.
Y, aún con esa espada en la mano, esa vida que sigue alumbrando días y cerrando estrelladas noches sigue siendo tan bella…