viernes. 19.04.2024

Y decimos que llueve

Artículo escrito por Ángel Luis Rivas

Mexan por nós e decimos que chove

Refrán [en] gallego

Puede parecer una obsesión monotemática, una deformación profesional. Y lo es. Pero va más allá. La reforma del sistema educativo puesta en marcha recientemente por eso que llaman «el Gobierno Español» es solo otra forma de escarnio que viene a sumarse a todos los insultos a la inteligencia de los españoles, antes ciudadanos y ahora meros súbditos, que viene perpetrando la banda de Sánchez y sus cómplices. Pero no se engañe el lector, ni reclame con autosatisfacción su «esos-a-mí-no-me-engañan»: un pueblo tiene el gobierno que se merece. Así de claro. Porque, si «esos a mí no me engañan» es una fórmula verdadera, quien la pronuncia es cómplice de la situación: cuando fue a votar, no iba engañado, sino convencido de que la banda de Sánchez, por un lado, y sus cómplices, si fuese necesario, por otro, gobernarían a este país con sabiduría y eficacia y convertirían a España en Jauja,  ja, ja… Y si votó a otro, peor: el derecho que le asiste a protestar todos los días a todas horas quién lo está ejerciendo por puros principios morales e ideológicos, salvo cuando le alcanza al bolsillo? Porque sí, vale, a Napoleón y Hitler les venció en Rusia «El General Invierno».  ¿A este «Gobierno» solo le puede ganar el General Findemés? La Señora Ministra de Educación y Formación Profesional consigue poner en marcha un nuevo sistema educativo sencillamente ridículo y repulsivo, académica, intelectual y moralmente y la respuesta de la Academia (el conjunto de instituciones dedicadas a la producción, reproducción y transmisión de conocimiento, desde la guardería hasta la universidad y la escuela de adultos) es prácticamente nula. Por puritita cobardía. Quienes ingresamos todos los meses una cantidad de dinero precedente del erario, es decir, de las rentas extraídas compulsivamente por el Estado, o sea, el Gobierno, a los ciudadanos productivos, tenemos una doble responsabilidad para con esos ciudadanos y sus descendientes. Y no en términos de prestadores de servicios a clientes: en términos de formadores de ciudadanos a quienes el Estado, o sea, el Gobierno, no pueda manipular y explotar por ser ignorantes confiados y siervos voluntarios.

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Pero mientras el General Findemés no ponga sitio a nuestro bolsillo, guai, beibi guai, todo va dabuten guai (à la Glutamato Ye-yé). Y mientras los jóvenes ciudadanos españoles no saben ni leer comprensivamente ni escribir expresivamente (ni leer ni escribir tout court…) y todo se fía a la digitalización sostenible y universal, el nuevo invento del complejo industrial-digital, todos contentos porque, por lo visto, ya todo se puede enseñar con una tableta táctil, para la que no hace falta saber coger un lápiz: agarrarlo suavemente con tres dedos y escribir sin causarse un esguince de muñeca en un papel recto, como se ve hacer a Erasmo de Rotterdam en su más famoso retrato. [Excursus: los participantes en el Erasmus, a todos los niveles ¿saben algo acerca de ese señor, su obra y su importancia histórica?

¿Saben algo de ese señor tan raro la Ministra de Educación y Formación Profesional, que no ha dado clase ni un solo día de su vida ni siquiera en un colegio de Primaria, para lo que se supone que estudió, o el Ministro de Cultura, que llegó hasta la selectividad y gracias? ].

Y mientras tanto, la comunidad docente, y, ojo, también la discente, calladitos y entusiasmados de tener la perfecta excusa para ir cambiando periódicamente de tableta y ordenador. Los niños y sus juguetes. Y en las bibliotecas de los centros, libros para mantener al alumnado en una perpetua infancia, libros que no exigen ni el más mínimo esfuerzo por madurar y crecer. Y llegan a la universidad y no han leído más que harrypotteres y percyjacksones. «Es lo que a ellos les gusta leer». Total y perfecta coherencia: un ministerio infantil para una ciudadanía infantil que no quiere crecer y madurar. Receta: Peter Pan. El niño que no quería crecer, de James M. Barrie (Ediciones Siruela, 1999). Cuidado: No dejar al alcance de los niños. No vaya a ser que les dé por querer crecer…

Y decimos que llueve