viernes. 29.03.2024

Órdenes y silbatos o mandamases sin fuste

Artículo escrito por Rafael Toledo Díaz

Si mal no recuerdo, seguro que han pasado un par de meses o más desde que emitieron en la tele "Anatomía de un Dandy", que es un documental sobre Francisco Umbral, un hombre genial y excéntrico, un escritor de prestigio que dejó huella en el periodismo del pasado siglo.

En algunos momentos del reportaje se referían a su faceta como articulista en un prestigioso periódico, pues Umbral, durante mucho tiempo, tuvo una columna diaria en aquella publicación. Tanto es así, que el director del mismo le animaba diciéndole que su crónica era un droga para los españoles.

Y entonces pensaba yo sobre cuánta responsabilidad y cuánto trajín para inventarse cada día un tema del que escribir, pues ese compromiso solo podían asumirlo las grandes plumas como la de Umbral.

Uno, que es un modesto autodidacta y que sólo pretende compartir sus escritos,  reconoce sus enormes limitaciones, sobre todo, para inventar o fantasear. Por eso, casi todos mis textos tienen como soporte un hecho concreto que puede ser real o no, pero que aprovecho para desarrollar lo que quiero exponer.

Pero vayamos al grano, que ya tengo casi media página y aún no he entrado en materia. Les contaré que, ahora que el calendario nos acerca a la Semana Santa, se me viene una anécdota o chascarrillo que alguna vez escuché de pequeño.

En la Mancha, y en especial en el Campo de Calatrava, los "armaos" eran muy importantes en los desfiles religiosos, es decir, en las procesiones. Esa popular y vistosa costumbre continúa en muchos pueblos de la zona, pero en Valdepeñas han desaparecido los soldados romanos representados por los "armaos", agrupaciones que en algunos lugares se denominan centurias, sin embargo, en la ciudad del vino, aquel grupo de hombres se limitaba a una compañía, que viene a ser casi lo mismo. Por eso el máximo responsable tenía el aparente grado de capitán como en las tradicionales unidades de infantería.

Los más mayores contaban que una Semana Santa hubo un tumulto o  barullo, aquel día, y entre las autoridades civiles y militares que procesionaban, se encontraba un capitán de la Guardia Civil, que era el máximo representante del cuartel que existía en la ciudad e inmediatamente trató de mediar en el altercado. El caso es que el alboroto subió de tono y provocó un enfrentamiento entre el representante de los armaos y el de la Guardia Civil. Entonces, en la discusión entre ambos mandos, y tratando de  finalizar la disputa, el jefe de los armaos se encaró con el capitán de la Benemérita y  con chulería le dijo que: "de capitán a capitán no va na".

Aquel osado ignorante se arrogó de una autoridad que no correspondía con la realidad porque los armaos eran, y son, figuras decorativas para dar más vistosidad a las procesiones, y el grado de sus jefes siempre ha sido simbólico y sin validez a efectos de jurisdicción.

Ese atrevimiento desafortunado quedó reflejado en aquella frase, un dicho al que recurrían con pitorreo los vecinos cuando sucedía algún enfrentamiento pueril o injustificado.

Supongo que esta anécdota o chascarrillo ha pasado al olvido y ni siquiera ha conseguido permanecer en la tradición oral de la ciudad, pero hay otros episodios grotescos que se dan frecuentemente y en cualquier lugar.

Me comentaba un amigo su parecer sobre el cometido de los voluntarios que ayudan en organismos públicos de protección, seguridad, auxilio o asistencia. Él piensa que algunos actúan con extrema simpleza y sentencia bromeando que a unos pocos les falta un hervor. Su opinión me provoca una sonrisa pero, tratando de rebajar su crítica, le comento que mejor nos iría a todos si tuviésemos más sentido común, que falta nos hace. Aunque él insiste y alude rotundo que, a pesar de su buena fe, su torpeza les impide desarrollar las tareas acordes con el compromiso adquirido.

Y es que puede ser una temeridad entregar un silbato a un incompetente, que se viene arriba y se cree que está pitando la final de la Liga de Campeones o que dirige el tráfico de una gran capital, vamos, que a pesar de su entusiasmo, te monta un lío en un pispás.

Cuento todo esto porque, a raíz de la pandemia que hemos padecido,  algunos listillos se atribuyeron una autoridad excesiva y que no les correspondía, abusaron de potestad aprovechando el desconcierto en la aplicación de las cientos de normas que se decretaron, y además, se aplicó un despotismo sobre los grupos de población más vulnerables como las mujeres o los mayores.

El vigilante de seguridad te ordenaba e incluso te abroncaba porque la cola no estaba bien formada, la cajera del supermercado te regañaba porque el carro no se ponía así. El empleado de banca te invitaba a salir de la sucursal argumentando que el aforo estaba completo y seguro que había visto cómo iba de repleto el tranvía o el autobús, pero el tipo se mostraba inflexible a pesar del frío que hacía en la calle.

A veces me pregunto por qué faltaban recursos para contratar a más médicos y sanitarios y, sin embargo, sí los hubo para emplear a esa caterva de sujetos encargados de triajes o filtros de todo tipo y en cualquier lugar.

En absoluto pretendo generalizar, pero siempre había algún cantamañanas empeñado en abroncar y dar órdenes con un desprecio apabullante. Reconozco que estoy harto de consentir a prepotentes y ridículos, por eso, cuando me percaté de aquellos abusos  tan arrogantes como absurdos, me vinieron a la memoria los del hervor y aquel capitán de los armaos de mi pueblo.

Me indignaban tanto y estaba tan seguro de mi reproche que a punto estuve de encararme con algún fanfarrón de estos. Por supuesto les iba a soltar a la cara que ya bastaba de amenazas y que no fuesen de listos porque "de capitán a capitán no va na".

Órdenes y silbatos o mandamases sin fuste